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19 junio 2009

De santos y justos

Temo que los santorales clásicos recojan más a obedientes siervos que a personalidades realmente benéficas. Esto es consecuencia de los requisitos para ser santo según la Iglesia Católica, donde son importantes la ortodoxia y la fidelidad a la propia Iglesia, donde el martirio es un valor positivo y donde la disidencia de la enseñanza oficial de la Iglesia es motivo de exclusión. Una de las exigencias más peculiares es la posesión inequívoca de poderes paranormales ya que los candidatos a la canonización deben tener en su curriculum un mínimo de dos "milagros auténticos".
Por este tipo de motivos prefiero manejar más el concepto de "justo" que el de "santo" y valorarlo por las acciones e influencias más que por sujeción a un reglamento moral oficial.
Ser justo no es complicado pero sí difícil. No es complicado porque basta con mirar alrededor y ser consciente de lo que hay, algo que podemos hacer casi todos. Sí es difícil porque luego hay que actuar contra ello y eso no ya es mucho más infrecuente.
Esta perorata improvisada viene a cuento de la muerte hace pocos días de Vicente Ferrer, un tipo justo para el que el proceso de canonización no llegará. Entre otras cosas, porque el ex-jesuíta Ferrer reconoció los problemas reales en India, donde ejerció su labor, y estableció a principios de los 80 un plan de control de natalidad. Construyó poco a poco un proyecto de microcréditos dirigido especialmente a las mujeres, lo cual supuso vencer problemas sin fin en una sociedad controlada por los hombres. Luchó contra el sistema de castas, probablemente la mayor injusticia global que la religión ha traído a este mundo. Impulsó la construcción de microembalses e introdujo en riego por goteo en una región muy seca donde la agricultura fracasaba a merced del azar de las lluvias. Sus acciones no fueron milagrosas sino mucho más normales y basadas en el trabajo diario con el objetivo de avanzar aquí y ahora hacia una justicia profundamente terrenal. Nada de curaciones milagrosas, nada de cuerpos incorruptos, nada de apariciones virginales o angélicas. Todo, en cambio, en acciones en educación, sanidad, economía familiar e igualdad de sexos y castas. Por suerte, la estructura de su fundación es sólida y aunque siempre se resentirá con su muerte otros la continuarán. Vicente Ferrer es un espejo incómodo para todos porque nos deja en evidencia pero tengo en mente, hoy, tras una semana complicada, a algunos personajillos de la curia española. Deformaciones de mi experiencia vital, supongo.

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