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15 enero 2010

Haití, las causas de la miseria

Haití es una tercera parte de La Española, la segunda isla más grande del Caribe (la primera es Cuba). Tiene una extensión de 27750 km2 y comparte la isla con la República Dominicana, con 48440 km2. Antes del terremoto, su renta era de 1300 dólares anuales per capita, algo que contrasta fuertemente con los 8200 del vecino país (CIA, The Worldfact Book). No es esa la única diferencia, claro, pero el resultado es que Haití es el país más pobre de América.¿Qué ha pasado ahí para que dos países que comparten el mismo medio sean tan diferentes? Podemos echar la culpa, tal vez, al colonialismo, a las dictaduras... pero hay una razón más que suele pasar desapercibida y que debería servirnos de aviso: la deforestación y la destrucción del suelo. Miren la figura de abajo.

La imagen muestra una zona limítrofe entre Haití, a la izquierda, y La República Dominicana a la derecha. La frontera es el cauce del río lleno de meandros que divide la hoja por el centro, Supongo que notan una diferencia entre el color verde de la derecha y el desierto de la izquierda. En un reportaje de la revista National Geographic titulado Haití, tierra pobre, Joel K. Bourne lo explica con toda claridad:
Haití ha perdido su suelo… y los medios para alimentarse.
“Tè a fatige”, dijo el 70% de los granjeros haitianos en una encuesta sobre sus problemas agrícolas más importantes: “La tierra está cansada.”
Y no sorprende. Casi desde 1492, cuando Colón pisó por primera vez la muy arbolada isla de La Española, la nación ha ido perdiendo tanto tierra como sangre, primero por los españoles, que plantaron azúcar, y luego por los franceses, quienes talaron los bosques para proporcionarles lugar a los lucrativos plantíos de café, índigo y tabaco. Incluso después de que los esclavos se rebelaron en 1804 para sacudirse el colonialismo, Francia recibió 93 millones de francos de su ex colonia como indemnización, la mayoría en madera. Después de la independencia, especuladores y plantadores de la clase alta expulsaron a las clases campesinas de los pocos valles fértiles hacia las zonas rurales boscosas y escarpadas, cuyas estrechas parcelas cultivadas intensivamente con maíz, frijol y yuca se combinaron con una industria creciente de carbón vegetal y madera para combustible que exacerbó la deforestación y la pérdida de suelo. Hoy queda menos de 4% de los bosques de Haití y en muchos lugares el suelo se ha erosionado hasta la capa rocosa. De 1991 a 2002, la producción alimenticia per cápita ha disminuido 30 por ciento.
Lógicamente las cosas son más complejas y probablemente las culpabilidades están más repartidas pero los efectos son los mismos: los suelos de Haití están tan degradados que apenas pueden producir alimentos. La deforestación y los cultivos intensivos han agotado la tierra y favorecido la erosión de los suelos. Aunque no es la única causa, ha contribuído a la abundancia de deslizamientos de tierra y a la degradación de las aguas, que devienen no potables, otro de los graves problemas crónicos del país.Lo más grave es que ya no hay solución, Haití ha perdido un bien irrecuperable. La enseñanza debería ser obvia: hay puntos de difícil retorno, a partir de los cuales ni el dinero ni a tecnología pueden hacer nada a corto o medio plazo. Los suelos no son un bien tan apreciado popularmente como los linces o las águilas imperiales pero son mucho más necesarios.

Nota: conocí la foto en el blog de Juanjo, Un universo invisible bajo nuestros pies.

03 octubre 2007

Una delgada capa

La ballena azul, el panda gigante, el lince ibérico... son estandartes de la causa conservacionista. Aún así es muy probable que tengan los años contados. Los motivos son diversos pero sobre todo hay tres: la pérdida de hábitat natural, la consanguinidad en las reducidas poblaciones y la caza furtiva o consentida.

Los estandartes son útiles pero no realmente importantes. Son unas pocas especies entre miles que sufren la misma o peor amenaza. Eso sí, algunas se parecen a peluches y nos despiertan mayor simpatía. Por ese motivo casi nadie aprecia la pérdida de otros menos "amorosos", por no hablar de grupos como arácnidos, coleópteros, anélidos...

Y en cuanto a las pérdidas de hábitat solemos pensar siempre en las selvas tropicales o en los arrecifes de coral, altamente televisivos. Pero nunca en la piel de la Tierra de la que todos, vegetales y animales, vivimos. El mayor de los hábitats terrestres.

Lo pisamos todos los días (bueno, algunos ya ni siquiera pueden). Es una delgada, muy delgada, capa que recubre la superficie terrestre y que solemos llamar suelo. Parecería que el suelo no es más que un recurso útil para soportar los cimientos de las edificaciones o el asfalto de las autovías pero claro, es algo más.

Desde los gigantescos Armillaria, los organismos más extensos del mundo, hasta una monumental y prácticamente desconocida diversidad bacteriana, las raíces de la vegetación con sus extrañas simbiosis... todo está en los suelos.

Unas cifras de esas de titular de periódico:

  • en un metro cuadrado de bosque de hayas en Europa pueden encontrarse más de 1000 especies de invertebrados (1).
  • en un gramo de suelo aparecen varios millones de bacterias pertenecientes a un par de miles de especies (2).

Entre los grupos de animales que encontramos en los suelos aparecen los hongos, bacterias y arqueas, protozoos, nematodos, ácaros, colémbolos, diplópodos, isópodos, isópteros, hormigas, oligoquetos... un sinfin de grupos que son generalmente desconocidos para la gente.

Lámina de perfiles de suelos de Kubiëna (ver al final del post)

Hemos maltratado los suelos desde siempre pero antes se hacía con más justificación: había que comer. Y aún así, las prácticas tradicionales, salvo los incendios, eran poco agresivas por la nula mecanización y la escasa fuerza que se podía aplicar a la tarea del destrozo.

Ahora es distinto, ahora se hace por puro desprecio. Preocupados por otras cosas, nuestras actividades no miran el sustrato en el que se desempeñan. Los suelos son erosionados (previa destrucción de la vegetación, otro bien irrecuperable), desestructurados (pierden su función), envenenados (vertidos, fumigaciones, abonados masivos), desecados (extracciones abusivas de agua, "saneamiento" de humedales), salinizados (técnicas de riego inadecuadas), impermeabilizados (recubrimientos de asfalto, hormigón, apisonamiento)...

Con ello se pierden las funciones que el suelo, una auténtica piel de la Tierra, realiza: retención de agua y posterior evacuación regulada, intercambio de gases, retención de carbono, depuración de compuestos tóxicos, descomposición y reciclado de materia orgánica... funciones que acabaremos echando mucho de menos.

Y el problema es que los suelos no son, en la práctica, recuperables, ya que resultan de la interacción entre la vegetación y la roca durante milenios. Por eso, cuando un suelo se destruye, no volverá a existir dentro de la escala temporal humana. Lo que perdemos cada día no lo recuperaremos.

Para finalizar, les propongo un experimento sencillo: recojan un par de paletas de tierra de una zona no muy castigada después de un par de días de lluvia. Hundan la paleta desde la superficie hasta unos 20 o 30 cm de profundidad. Depositen después la tierra, ya en casa, en un embudo y metan su extremo en un tarro de vidrio. Pongan encima una lámpara de mesa (un flexo) iluminando la superficie de la tierra desde unos 10 cm de distancia. El calor irá secando la tierra poco a poco y los organismos se moverán hacia abajo hasta caer al tarro. Les garantizo que se llevarán una sorpresa.

Y un pequeño regalo para los interesados en estas cosas: en 1954, el CSIC editó las láminas del "Atlas de perfiles de suelos" de W. L. Kubiëna. Son 22 acuarelas con 44 perfiles y sus textos explicativos al reverso. Como probablemente ya no se editará más, aquí tienen un archivo comprimido con todas las láminas escaneadas (13 Mb) en formato JPG. Si alguien quiere los ficheros en formato TIF que me escriba (son bastante más grandes).

(1) Schaefer, M. and J. Schauermann (1990). The soil fauna of beech forests: comparison between a mull and a moder soil. Pedobiologia, 34: 299-314.

(2) Torsvik, V., J. Goksøyr, F.L. Daae, R. Sørheim, J. Michalsen and K. Salte (1994). Use of DNA analysis to determine the diversity of microbial communities. In: K. Ritz, J. Dighton and K.E. Giller (eds.), Beyond the biomass: Composition and functional analysis of soil microbial communities. John Wiley and Sons, Chichester, U.K. pp. 39-48.

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