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19 agosto 2012

El muro de los momentos felices

En Vivir en la inconsciencia citaba a Harris cuando decía que nuestras vidas son pasado o expectativa. El desequilibrio es enorme, casi todo es pasado, y en otro momento hacía una imagen de la historia personal como una telaraña de recuerdos que brillaban o se extinguían, con frecuencia de forma irreversible.
Debemos reconocer que dentro de ese pasado, la mayoría del tiempo es una pérdida, los momentos intensos son escasos aunque por suerte sean lo que más perdura en la memoria. Me gusta pensar en la imagen de un mar donde flotamos mecidos por el oleaje. La mayoría del tiempo es tranquilo y apenas nos agitan pequeñas ondulaciones, días de tránsito sin nada reseñable, pero de vez en cuando llega una ola mayor que estremece nuestra vida con experiencias intensas. Mirando hacia atrás, recordando, sólo vemos las crestas de esas olas en la lejanía, remotas líneas de espuma blanca, mientras que el resto de los recuerdos se pierden. La memoria funciona privilegiando las intensidad de las emociones que, a pesar de todo, van perdiendo altura según el tiempo transcurre hasta, tal vez, salir de nuestra mente, a veces para siempre.
En algún momento comenté que la fotografía permitía anclar los recuerdos haciéndolos perdurables, eternos si medimos el tiempo por lo que dura una vida. Nunca hubo nada parecido en la historia humana y hoy, una fracción del pasado está disponible para que la rememoremos con la frecuencia que deseemos y en cualquier momento. Cada foto congela un instante que existió y que, no solo no se perderá ya, sino que su remembranza puede despertar de nuevo ecos de la intensidad original. Por añadidura, la fotografía no solo nos permite anclar nuestro pasado sino introducirnos en el pasado de los demás. No es lo mismo, claro, ya que no tenemos acceso a las emociones originales, solo a una imagen, pero creo que esa mirada al mundo pasado de otros enriquece intensamente nuestro propio paisaje marino de crestas y de olas.
Hace unos meses miraba un antiguo vídeo de Joe Cooker cuando, en una esquina de la pantalla,  pasó algo especial. Era esto:

Esa imagen rescata del pasado un fragmento de éxtasis. Un instante que, en este caso, pasó hace treinta años. Mientras suena la música, esa imagen la envuelve y la llena de intensidad y agita mi presente.
A partir de la noche en la que reparé en la escena, cada vez que me pierdo por la red buscando música tengo los ojos abiertos para que esos instantes no se apaguen antes de que sea consciente de ellos. Yo no estuve ahí pero, a pesar de ello, las personas que aparecen en esa ventana al pasado pasan a formar parte de mi muro de los momentos felices:




30 junio 2012

Vivir en la inconsciencia

Ahora estás sentado leyendo este libro. Tu pasado es un recuerdo. Tu futuro, simple expectativa. En el momento presente, recuerdos y expectativas pueden surgir en la consciencia sólo como pensamientos. Por supuesto, leer es en sí mismo una especie de pensamiento. Probablemente puedes oír el sonido de tu propia voz leyendo estas palabras en tu mente. No obstante, no sientes estas frases como pensamientos propios. Tus pensamientos son los que llegan sin previo aviso y te alejan del texto. Pueden tener alguna relevancia respecto a lo que estás leyendo —puedes pensar: «¿no se está contradiciendo?»— o quizá no tengan ninguna. De repente puedes encontrarte pensando sobre la cena de esta noche o sobre una discusión que tuviste hace días, mientras tus ojos siguen pasando ciegamente a lo largo de las líneas de texto. Todos sabemos lo que es leer párrafos enteros, incluso páginas enteras de un libro, sin asimilar una sola palabra. Pocos comprendemos que pasamos la mayor parte de nuestras vidas en tal estado: percibiendo el presente —lo que vemos, oímos, saboreamos y sentimos— de una forma sutil, a través de un velo de pensamientos. Pasamos nuestras vidas contándonos a nosotros mismos la historia del pasado y del futuro, mientras la realidad del presente permanece casi inexplorada. Vivimos en la ignorancia de la libertad y la simplicidad de la consciencia, antes que en la presencia del pensamiento.
Sam Harris en El fin de la fe.


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